viernes, 5 de septiembre de 2008

MULHACEN: (UNA MIRADA DESDE EL TECHO DE LA PENINSULA)





Antes de empezar mi relato a una ascensión al Mulhacén, que después de hacerla, te parece haber culminado toda una Odisea (de ello pueden dar buena fé algunos compañeros sufridos escaladores de ese día del mes de agosto pasado), es obligado mandar un abrazo y un afectuoso saludo a todos los lectores de este blog, e incluso, también al resto de " laborales" que todavía no han tenido la ocasión de estrechar y recuperar lazos de amistad a través de este " foro de internautas". A tod@s desde lo más hondo de mi corazón un cálido y sentido abrazo fraternal.
Todo comenzó en el encuentro del Día de Andalucía, 28 de Febrero, que celebramos en la hospitalaria tierra de La Herradura granaína, "laborales" hermanos de Málaga y Granada (Por cierto, un evento inolvidable por multitud de circunstancias).
Degustando las ricas viandas que nos prepararon, encima de la mesa alguién lanzó el reto de ascender lo antes que nos fuera posible la cima del Mulhacén (a algunos los vinos ya empezaban a hacernos efecto, y sacando la vena "fanfarrona" que a veces nos traiciona, empezamos a gestar en palabras la ascensión al techo de la península, que obviamente solo podía estar ubicado en la simpar tierra granaína).
Después de muchos aplazamientos, unas veces por la cantidad de nieve caída, otras veces por el inicio de las vacaciones de algunos de los retantes, hasta el pasado 17 de agosto, no hicimos realidad la gesta que habíamos previsto.
Los "ilustres" escaladores-montañeros, elegidos para la ocasión, éramos: Jiménez Uceda y Sánchez García (ambos venidos de tierras malagueñas), y como anfitriones granaínos, Antonio Miguel Romera (Bubi) y José Luis Martín (aprendiz de poeta), a los que se nos unió un amigo almeriense de nuestro querido Bubi, que nada tiene que ver con nuestros antecedentes "laborales", pero que es buen escalador (no en vano culminó la ascensión en primer lugar).
De Albuñol (mi localidad natal y de residencia), partimos a las 7,15 horas del referido día 17 de agosto, rumbo a Trevelez (pueblo más alto de la península), desde el cual habíamos planeado realizar la ascensión.
Después de tomar un desayuno no demasiado prolijo para mi gusto (café y tostada), creo que a mí me faltó un combustible importante, o sea, una copita de anis El Mono (también llamado por estos lares "copita de Trepador"), que eché muy en falta durante la escalada, iniciamos nuestro peregrinar hacia las 8,45 horas.
Una vez más me tocaba ser maestro de ceremonias, en este caso mejor llamarme "guía de montaña". Inicié con paso firme las primeras rampas de ascensión por un camino estrecho y sinuoso, todavía plagado de castaños, nogales, que iba serpenteando huertos y acequias de riego. En los primeros metros, ya hubo quien me llamara al orden, acerca de que el ritmo que estaba imponiendo era demasiado rápido, y que levantase el pie del acelerador, o por el contrario el exiguo pelotón corría el riesgo de fragmentarse a las primeras de cambio. He de decir, sin ánimo de vanagloria, que a mí particularmente cuando el terreno pica hacia arriba, me gusta marcarme un ritmo alto de prestaciones y pulsaciones, para luego mantenerlo y seguir la ascensión de una forma constante y sin venirme abajo. Obviamente, el resto de escaladores, a los que desde aquí les mando mis respetos, y que en la actualidad creo están en mejor forma física que yo (ya que su vida es más tranquila y hogareña, y su cuerpo serrano está menos castigado), no esperaban este comienzo tan explosivo, que lo único que pretendía es mostrar unas cartas de presentación engañosas, pues de ningún modo yo hubiera podido mantener por mucho tiempo aquel ritmo infernal con el que había empezado.
Así que por unanimidad, decidimos que la persona más indicada para ir marcando el ritmo, era el "equilibrado" Bubi, el cual efectivamente suavizó los brios en el ascenso, y yo decidí irme a cola de pelotón, para de vez en cuando lanzarles un ataque, estilo similar al que empleaba el malogrado ciclista "Marco Pantani", táctica que solo puse en práctica en la subida unas dos ocasiones (pues honradamente he de decir que ese día no podía ni con mi alma. El día anterior estuve de "boda" y me pasé tanto en la comida como en la bebida. Alguna excusa tenía que exhibir, para justificarme).
Fuimos haciendo paradas cortas para tomar aire, líquidos (entre ellos un gazpacho del Mercadona que portaba Sánchez García, que me ofreció y me supo a gloria celestial), frutos secos que son muy apropiados para la montaña y alguna que otra cosilla, que nos hacía mas liviano el ascenso. (¡Ah! se me olvidaba: recién iniciada la ascensión, los "nenes" sacaron todos de sus mochilas las cremitas que con mucho cariño les habían entregado sus "abnegadas" esposas, y se embadurnaron literalmente todo el cuerpo, para evitar que los rayos del sol (más asesinos en la montaña), les dejaran huella en sus inmaculados cuerpos. Aquí el guía-machote, prescindió de esos potingues, y hete aquí que hoy día 5 de septiembre estoy todavía mudando la piel en brazos, cuello y cara, zonas del cuerpo que me ase como un espeto de sardina. Mi mujer ahora me dice que esto me está muy bien, por gilipollas. Ante semejante mensaje matrimonial, no puedo hacer otra cosa que dar la callada por respuesta y asentir con la cabeza). Bueno, después de este largo paréntesis, sigo con el relato. Confio que los eventuales lectores que puedan tener estas líneas, sean benévolos conmigo en lo referente a mi forma "peculiar" de plasmar nuestras desventuras montañeras. Dígamos es un estilo literario acuñado en exclusividad para el caso que nos ocupa.
Después de 5 ó 6 paradas, para reponer energías (de no más de 10 minutos cada una), en las que también aprovechábamos para gozar del paisaje, si bien este cada vez era más agreste, hasta llegar a la cima, que presenta un aspecto casi lunar, sin una sola hierba ni arroyuelo con agua. La verdad es que esto sería mucho pedir en pleno mes de agosto, por la cara sur del Mulhacén, y más, con el año tan seco que estamos sufriendo. Cuando llevábamos casi 5 horas de ascensión, si no recuerdo mal, alrededor de las 1,30 del mediodía, con el pelotón hecho añicos, fuimos llegando escalonadamente a la cima del Mulhacén (3.479 metros). Es decir, salvamos un desnivel desde la población de Trevélez, de unos 2.000 metros. (No está nada mal para unos aprendices de escaladores. No en vano alguno de los del grupo nunca habían realizado una ascensión de tantas horas continuadas). Todos los improvisados montañeros vivimos a nivel del mar, y en honor a la verdad, encontrarse a 3.479 metros, un día en el que el cielo presentaba un azul intenso, sin una sola nube en el horizonte, es toda una gozada, y una experiencia irrepetible, a la cual desde estas líneas a los que no la hayan hecho, ánimo a que se apunten para el año que viene, ya que a esta ascensión queremos darle continuidad en el tiempo, y hacerla una vez, al menos, todos los años. ¡Así, que ánimo, valor y al toro! Con tan experimentados montañeros, no váis a correr ningún riesgo, y la experiencia os reportara un cúmulo de sensaciones, que es muy díficil expresar con palabras.
Exhaustos por el esfuerzo realizado, con los bastones y las mochilas tirados por los suelos, procedimos a hacernos las fotos de rigor, donde queda constancia de nuestra condición de "laborales" en la camiseta que portaba alguno de nosotros, alguna de las cuales aquellos que las realizaron, desde ya deberían de ponerlas en este blog para dar constancia documental y fotográfica de nuestra simpar gesta.
Bueno, antes de la sesión fotográfica, a nuestros maltrechos cuerpos les agasajamos con buenas viandas (quesos, chorizos, salchichones, jamón alpujarreño), bien acompañados por un vinito Rioja, teniendo como colofón un chupito de buen orujo blanco. Ni que decir tiene que el agua, las bebidas isotónicas, frutos secos, etc... fueron porteadas casi en exclusividad en la mochila de José Antonio Sánchez (el más deportista del grupo), y que el vino y el orujo, fueron a buen recaudo en mi mochila (el más borracho del grupo), pero que llegados a este punto, todos compartimos en armonía y en un ambiente de cordialidad y fraternidad irrepetible.
Con los estómagos bien repletos, alrededor de las 14,45 horas iniciamos un descenso vertiginoso, reflejando en nuestros ajados rostros la felicidad por el trabajo bien hecho, resbalando en más de una ocasión con los muchos cantos rodados. El comentario más común en la bajada era: "Que larga se me está haciendo". Y es que la silueta del pueblo de Trevelez la veíamos casi al alcance de la mano, pero lo cierto es que tardamos más de 3 horas y media en bajar, y parecía que no íbamos a llegar nunca. Casi llegando al pueblo, yo hice una de las mías. Dejé el sendero y el calor atmosférico y del grupo, y emprendía la bajada campo a través. Más que demostrar mis dotes en el descenso, lo que quería era llegar a un río que hay en la perifería de Trevélez, para quitarme zapatillas y calcetines y meter los pies en sus frias aguas de deshielo, pues los traía que me cantaban coplas.
Llegados al casco urbano donde habíamos dejado el coche, nos aseamos y refrescamos un poco en una de las muchas fuentes que hay repartidas por todo el pueblo, para luego conducir nuestros pasos al Hotel La Fragua, propiedad de un buen amigo mío, con el que había apalabrado nos preparase unos platos del auténtico jamón de Trevélez, queso de cabra y oveja, ensaladas mixtas, cerveza bien fría y vino buenísimo de La Contraviesa.
Veníamos reventados, y estas viandas cayeron a nuestro estómago como agua de mayo. Las degustamos sin prisas, contando cada cual su particular batalla, para finalmente emprender el camino de regreso hacia mi pueblo, Albuñol, donde se habían quedado el resto de coches. José Antonio y Bubi, se fueron prestos hacia sus respectivos domicilios, al encuentro de sus "amadas" esposas". Uceda, quedó en mi casa como mi "ilustre" invitado, pues al día siguiente teníamos que emprender camino hacia otra nueva aventura (que quizás, os amenazo, sea motivo de otro relato en este blog), hacia la Sierra de Cazorla, Segura y La Villas, concretamente a la localidad de Santiago de La Espada (Jaen), donde fuimos a correr los Sanfermines chicos de este bello pueblo serreño, y en cuyas calles encontré mi bautismo de fuego como "recortador" taurino, en este caso, poco avispado, pues sufrí el empitonamiento de un novillo, que me dejó una buena marca en el abdomen en forma de gran hematoma, que según algunos vecinos de mi pueblo recogieron las cámaras del Canal Sur, lo que me ha servido para forjarme un nombre en los ambientes taurinos de mi pueblo: "El Faraón de La Alpujarra".
Al compañero y amigo, Uceda, le invito a que cuelgue en este blog la fotografía, prueba fehaciente de la cornada que recibí. ¡Cuanto cuesta, amig@s, pasar a la historia! Acostumbrado a las cornadas que me daba el hambre en la "Laboral", he de reconocer, que son más duras, peligrosas y profundas, las cornadas que dan los "morlacos".

Bueno, para no haber escrito en este blog hace casi tres meses, creo que el "reestreno" no ha estado nada mal. Bueno, este relato era una deuda de sangre que tenía con Uceda, y bueno al final el parto ha durado más de la cuenta.
Disculpad, por lo pesada que pueda resultar la lectura de esta historia, pero la he plasmado sin borradores, tal y como me ha ido dictando mi conciencia y mi memoria.
OS QUIERO A TOD@S. FRATERNALES SALUDOS.

2 comentarios:

Conchi dijo...

Vaya, vaya, mi querido amigo, pues sí que te has quedado descansando cuando has desembuchado todo, pero ya sabes que estamos siempre a la espera de cualquier cosa que queráis contarnos y desde luego, es cierto que tu te despedistes del blog hace varios meses, así que enhorabuena por tu vuelta al ruedo, por tu ascenso al mulhacén y chico, ten cuidado con los toros, que esos pinchan y eso duele.
besos

A. J. Uceda dijo...

En verdad digo querido amigo, que no eran molinos sino montañas lo que vimos en Sierra Nevada.

Un poco acojonaos sí que íbamos camino de las cimas de Sierra Nevada, pero la subida valió la pena. Un paisaje único, con vistas, un frescor de alta montaña en pleno agosto, no demasiada gente haciendo la travesia, un camino para repetir.

Y como ya apuntabamos, hay que pensar en la continuacion de este grupo senderista que se inicia, y que la proxima cita quizas sea la cima del caballo en el pueblo de Nigüelas.

Y como dices, es hora de que relates tus embestidas y tus correrias en el sanfermin chico, que quisieron cogerte pero no pudieron aquellos bichos, a pesar de los rápidos y nerviosos que parecian los astados.