sábado, 19 de enero de 2008

A Málaga me voy...(J.F.RIVERA)

Cuando en Cheste, el orientador me aconsejo que lo mejor para mi era hacer Formación Profesional, recuerdo que no tenía nada claro cual de las ramas me atraía más y creo que el destino decidió por mí, como en otras muchas cosas de la vida. Había que poner como mínimo 3 opciones y en función de las plazas que hubieran libres, te asignaban una de las ramas y la laboral que te correspondería.

La sorpresa llegó en forma de carta, rama administrativa y lo mejor de todo, me mandaban a Málaga (y digo me mandaban pues aquí no había mucho que discutir). Todo el mundo opinaba sobre el lugar que me habían asignado, y la única que puso reparos fue mi abuela paterna, que no paraba de advertirme de lo “peligroso” de las malagueñas (algún mal recuerdo se le había quedado de la época de la guerra civil), pero yo estaba muy dispuesto a correr riesgos.

Yo me sentía un privilegiado, otra nueva oportunidad de salir y conocer nuevos sitios.

A diferencia de Valencia, aquí no había viajes organizados y la ida te la tenías que apañar tú. Gracias a uno de mis tíos que era camionero de profesión, conseguí ir de acompañante en un porte para recoger botes vacíos a una fábrica ubicada, por aquel entonces, en Villanueva del Trabuco (pueblo natal de nuestra querida compañera Isabel Lara), a 45 kilómetros de la capital.

En aquel entonces, el viaje era toda una odisea, la carretera nacional atravesaba todos los pueblos que hay de Murcia a Málaga. Lo pesado del viaje, por la cantidad horas de dura carretera (saliendo por la tarde, se llegaba a primeras horas de la mañana siguiente), se veía compensado por lo ameno que se me hacía, viendo el empeño con que mi transportista piropear a toda niña que viera andando a la vera de carretera, para todas tenía uno distinto.

Rápidamente y casi sin darme cuenta, me encontré con un billete y dentro del autobús que salía de Villanueva del Trabuco con dirección a Málaga. A partir de aquí, mi viaje continuaba solo.

Allí estaba, con 14 años, al principio de Alameda, donde el conductor del autobús me indicó que debía bajarme, y sin saber a donde dirigirme. Lo único que tenía claro es que la Universidad Laboral estaba en Málaga, si pero ¿dónde? (lo que hubiera agradecido por aquel entonces la información que proporciona Internet o un socorrido GPS). Tras preguntar a 2 ó 3 transeúntes, desistí, lo mejor era asegurar y opte por un taxi, aunque para suerte la mía tampoco el taxista sabía muy bien a donde dirigirse y estaba empeñado en que debería ir a la Universidad, pues la laboral no le sonaba de nada. Tras unos minutos de incertidumbre, parece que alguien si se lo explica, y por fin, nos ponemos en marcha.

Cuando me bajo del taxi veo a otros, que como yo acaban de llegar, algunos de ellos acompañados por sus padres.


Una vez identificado, me dirijo a la Residencia y me asigna una habitación. Se hace obligado hacer comparaciones y buscar el lado positivo, las habitaciones solo son para 6 y las instalaciones son más nuevas y mejores que las de Cheste. Intento buscar caras conocidas, y aunque no hay nadie de mi antigua clase, si de mi querido colegio Águila.

Primera toma de contacto con los exteriores de la residencia, vamos con cautela, los veteranos del último curso de Cheste, nos hemos convertido en los novatos de Málaga.

Todo nos resulta nuevo, pero recuerdo que nuestra mayor sorpresa nos la llevamos cuando nos acercamos a las aulas, aun cerradas, y descubrimos leyendo las listas, que íbamos a compartir clases con "chavalas".

Con diferencia, esto último suponía, para los que veníamos de Cheste, un gran cambio y de ahí nuestro nerviosismo el primer día de clase.

Lo que primero me viene a la mente sobre ese día fue pensar, al ver a Mª Ángeles, Conchi, Yolanda y Encarní, no es posible que ellas estén en nuestra clase, deben haberse equivocado, ya que al menos nos sacaban la cabeza y nosotros parecíamos niños al lado suyo. Y lo segundo, es que se produjo una clara separación de los 2 géneros a la hora de sentarnos en clase, de una parte las niñas y de otra nosotros, pero esto afortunadamente duraría muy, muy poco, y sería el principio de una bonita amistad que se forjo durante los cinco siguientes años, pero creo que lo que aconteció, puede quedar para otras historias y otros momentos.

José Francisco Rivera
Murcia/Enero-08

2 comentarios:

ana Maria dijo...

He estado leyendo tu odisea para llegar a Málaga con mi hija Aída. Tiene 15 años, casi los que teniamos nosotros entonces, y he querido leerlo a su lado para que vea la diferencia, porque aunque nosotros fuimos privilegiados en aquella época dentro de las posibilidades que la sociedad nos ofrecia, ellos lo son aún más.
Hemos disfrutado ambas leyendo tu relato, casi nos hemos visto subidas en esa camioneta al lado del conductor piropeador, jajaja.
Gracias Rivera por compartir con todos nosotros tus vivencias, Ana

Conchi dijo...

Chico, qué pequeños éramos, pero que grandes, nos ponían el camino por delante y nos daban un empujoncito, ala ahí vais, sería tanta la seguridad que tenían en nosotros?, la confianza?, es que acaso nos veían lo suficientemente mayores y responsables de nuestros actos?. Lo cierto es, que con un poco de pena aceptábamos esa mueva situación y tírabamos para adelante, tragándonos nuestras lágrimas y miedos y no parábamos hasta encontrar la meta.
Eramos niños, pero éramos otra raza.
José Francisco Rivera Ruipérez,de buen carácter, mucha amabilidad y buen compañero, siempre te he recordado con muchísimo cariño, y volver a verte ha sido una gran alegría para mí.