sábado, 9 de febrero de 2008

Un día cualquiera del último curso...


Situo mi relato en un día cualquiera del último curso (5º año). Las niñas dieron el estirón el primer año, y nosotros a su lado (excepto Diego que tenía pelo barba), parecíamos unos angelicos que al mirarlas se nos caía la baba. La realidad era así de tozuda, así que no os tiréis flores.
Sin embargo el 5º año, después de superar las etapas de los "gallos" en la voz, y demás vicisitudes propias de la adolescencia, todos los niños dimos el estirón y como dice el refrán "la primavera la sangre altera", creo que sin excepciones, todos sufrimos en nuestras carnes la llamada del deseo más desenfrenado (creo que después de 27 años nadie se ruborizará cuando manifiesto estas verdades como puños).
En mi caso particular, recuerdo que por aquellos días firmamos el acta fundacional de una sociedad especializada en actividades ociosas (que sigue vigente hasta nuestros días), entre mi compañero y camarada Uceda y mi menda lerenda turrón de almendra, o sea, yo.
Fueron días de vino peleón los domingos en el comedor de la Uni. Escanciábamos cuantos vasos nos agasajaban el resto de compañeros. Naturalmente, salíamos del recinto del "papeo" con un colocón de puta madre (perdón por la expresión). Después en el césped dábamos nuestras piruetas de rigor. Uceda siempre ha sido más atleta y en estas lides me ganaba de calle.
Cuando llegábamos a las habitaciones de la residencia, el efecto del vinillo era más patente y acabábamos en un estado lamentable. Sin embargo, al recordarlo, lejos de sentir vergüenza la sensación que me reporta es de una felicidad sosegada, y estoy convencido que el aprendizaje de entonces fue muy valioso, hasta tal punto que en el día de hoy (9 de febrero) acabo de llegar a casa después de haber asistido a una degustación de vinos ecológicos, los cuales en el tramo final de la madrugada (son las 4), han sido sustituidos por unos cubatillas de ron cubano (el mejor), que finalmente han transmitido a mi agradecido cuerpo un estado de placidez que es a todas luces impagable. Sé que tengo grandes amigos (se me viene a la mente mi querido Bubi) que están divorciados del alcohol, y acaso estas "batallitas" personales les resulten tediosas, pero lo siento en el alma, pues hace tiempo que descubrí que la vida son dos días y medio, de los cuales dos te los pasas durmiendo, y por ende, el medio que nos queda hay que disfrutarlo con ciertas dosis de locura, pues las dosis que a diario tomamos de realidad, dígamos que me tienen el estómago un poco revuelto.
Siguiendo con la sociedad Uceda-Martín Puga, como no traer a colación los chupitos de güiski (prefiero escribirlo así) en la tasquilla de "Fernando", muy baraticos en sintonía con nuestra esquilmada economía, donde rápidamente hacíamos la carga para pillar un puntillo ganso que finalmente nos llevará a dar con nuestros huesos en la discoteca de moda de Torremolinos (se llamaba no sé que Pipers), en la cual si había suerte ligábamos con tías mayores que nosotros a las que les contábamos fantasías animadas de ayer y hoy, queriéndoles demostrar ser mayores de lo que éramos, y que incluso teníamos algo de "latin-love" si nuestra pareja de baile era una "francesita" de las muchas que frecuentaban entonces los ambientes nocturnos de Torremolinos.
Siendo sinceros, las más de las veces nos quedábamos a dos velas. Lo que pillábamos era un colocón de campeonato. Nos quedábamos sin un duro en el bolsillo. Regresábamos a la Uni en el tren de las 7 de la mañana (amaneciendo), al cual accedíamos necesariamente colándonos, tarea ésta en la que éramos consumados especialistas, burlando al cobrador, y que trasladábamos a otros espectáculos como el fútbol dominguero en La Rosaleda, o los sábados para ver los conciertos en el Parque de Atracciones Tívoli.
Finalmente llegábamos a la Universidad después del desayuno, con más hambre que el perro de un afilador (que se comía las chispas por comer algo caliente), y ni cortos ni perezosos nos íbamos a la cocina y con una carita entre pena y lástima le "llorábamos" un poco a los cocineros, que después de mucho rogarles nos obsequiaban con aquello que definió el poeta como "escarcha, cerrada y pobre", o sea, con una triste cebolla.
Para nosotros en aquel estado lamentable, pues se juntaba el sueño de haber trasnochado y el hambre de no haber comido en más de 12 horas (uno podía ser el Lazarillo de Tormes y otro el protagonista de la novela El Buscón llamado Pablos), aquella cebolla era el mejor de los manjares.
Ya en la habitación, provistos de una sartén y un brasero de resistencias, cocinábamos aquel fruto de los dioses, que acompañado con un chusco duro de la merienda del día anterior nos comíamos con fruición, y nos sentíamos como auténticos reyes ante los más exquisitos manjares.
Son tantas las historias que podría contar, que no logro entender como los demás no os atrevéis a relatar vuestras vivencias, de tal forma que al sacarlas del baúl de los recuerdos, pasen a formar parte de la memoria colectiva de tod@s nosotr@s, que en justicia creo nos pertenece.
Ánimo, compañer@s, y cada un@ en vuestro estilo (más o menos "cervantino", más o menos "Gongorino", más o menos "Quevedesco"), dar rienda suelta a vuestra memoria adormecida y comprobad lo placentero que es compartir con tod@s aquellas irrepetibles vivencias.
Fraternales saludos.

1 comentario:

A. J. Uceda dijo...

Este Puga tiene una memoria que pa qué más.
Esos wiskys del bar de Fernando a 25 pelas servían para coger el punto que nos hacía falta para nuestra deshinibición en la discoteca que fueramos a entrar o a colarnos, qué mas daba. Eran tiempos de colarse en todos sitios, de cualquier manera. La verdad es que habia otros con más gancho que nosotros a la hora de salir "a ligar", como el cabrito del pichí, que siempre conseguia entradas para todas las discotecas que quisiera.
De La rosaleda, auque a veces podias colarte me quedó un mal recuerdo: una tarde que jubaba el Bilbao no pude entrar a verlo por que gateando por la pared del rio, se me escurrio el pie o la mano y en vez de subir arriba, terminé abajo con un esquince en el tobillo (alguien decia que siempre le tocaba a alguno caer) y así tuve que volver a la uni en estado lastimoso, sin futbol y asqueado.
De esas mañanas con dolores de cabeza (por el vino peleon), teniamos que quitarnoslo a base de zumos de limon exprimidos, y tostadas en infiernillos de las que teniamos que arreglar las resistencias una y otra vez.
El bubi, que no hable mucho, que sin que le guste a el las borracheras, un dia le dió por insultar o gritar a la policia en la aduana, y hasta que no lo metieron pa dentro no terminó de gruñir, no recuerdo el motivo, quizas el si, pero nos volvimos bastante preocupados para la uni.