martes, 1 de abril de 2008

Bailando con la almohada

Para los internos las habitaciones eran algo más que simples dormitorios. Los 10 ó 12 m2 que tenían y dónde vivíamos 6 personas más los invitados, daban mucho de sí. Podían ser a veces salas de estudio, otras salas de lectura, casi siempre salas de debate y discusión (de temas deportivos sobre todo), a veces comedor, otras salas esotéricas y de vez en cuando también salas de baile. Hay que puntualizar que las dos camas de abajo siempre estaban muy solicitadas y sus dueños solían ser bastante permisivos con los ocasionales inquilinos, pero las almohadas..., ¡ah!, las almohadas era otro cantar. Con respecto a ellas solíamos ser muy posesivos y jamás se permitía a nadie la más mínima aproximación; y es que las almohadas eran para nosotros algo especial, incluso dotadas de cierta personalidad. Éramos extremadamente cariñosos con ellas y salvo raras excepciones que se convertían en material bélico, la mayoría de las veces eran mimadas y respetadas.
La magia solía empezar sobre las 11 de la noche, cuando se apagaban las luces y escuchábamos nuestro añorado "Buho musical". Si cierro los ojos veo a dos compañeros de habitación, en penumbras, cada uno abrazado a su respectiva almohada y bailando al son de alguna melodía romántica de aquellos años. Las almohadas eran agasajadas con todo tipo de susurros, caricias y algún que otro "achuchón", pero todo ello dentro de los cánones de la honestidad y respeto que se merecían. Aunque ya a última hora embriagados de romanticismo y para hacer más real, si cabe, la situación, ambas parejas se unían y danzaban al unísono, con toda la castidad que el momento permitía y almohada contra almohada, las caricias se repetían. Esto no solía durar mucho, pues bien sabido es que "el baile lento" es cosa de dos. Y tras los vítores y ovaciones del público, cada uno se volvía a la cama con la suya.
Hubo ocasiones en que alguno se tuvo que "batir a capa y espada" para mantener la honra de la susodicha, porque cuanto más cariño le tenía uno, más enemigos surgían dispuestos a aprovecharse de ella. Ante tanta ternura, no es raro que hasta estos días más de uno encuentre una "morriña especial" durmiendo abrazado a la almohada, con los celos que tal hecho despierta en quién no ha vivido tales experiencias.

2 comentarios:

Conchi dijo...

Buby amigo, la almohada siempre fué fiel aliada de todos y la mejor compañera de noche que teníamos, yo también recuerdo las noches del buho musical y la esperada y ya anunciada dedicatoria del chico o chica que te hacía tilin por entonces, con cuanta atención la esperábamos.
Que tiempos aquellos, qué belleza y qué inocencia.
Besos amigo

ana Maria dijo...

Nuestra almohada querido Bubi, es personal e intrasferible, tiene nuestro olor, guarda nuestros secretos. Ella es la mejor compañera de nuestros sueños, no sólo de los que tenemos dormidos, no, también de los que tenemos despiertos, antes de que Morfeo nos lleve en sus brazos.
Personalmente te doy las gracias porque al leerte me has traido el recuerdo de algo que escribi por aquellos tiempos.
Mil besos, Ana